Maduro afronta en poco más de dos meses unas elecciones municipales vistas como un plebiscito sobre su corta gestión. Sitiado por una realidad desbocada, recurre no solo a medidas de choque, como la masiva importación de alimentos de Colombia. Idea también mecanismos imposibles, como la creación de un comisariado contra el desabastecimiento, que vigilará la producción interna, las importaciones, el transporte y la comercialización de productos, y cuyos funcionarios estarán ayudados por las denuncias telefónicas a una línea con la sugerente denominación de 0800-Sabotaje. Para evitar las colas en los supermercados, fruto en parte de la escasez de personal propiciada por nuevas medidas laborales, planea enviar a la milicia bolivariana a hacer de cajeros.
El problema de Maduro, que acaba de regresar de China con un crédito de 5.000 millones de dólares, es la cuadratura del círculo. La economía venezolana, un modelo estatista y doctrinario fracasado con Chávez, es insostenible. Pero introducir racionalidad en ese legado, si esa fuera su improbable intención, le marcaría como traidor al mito, del que se considera eterno discípulo, y abriría a la vez el cisma entre facciones chavistas.
Publicado originalmente en el diario El País (España)