Willy McKey: Carta a César Farías

Willy McKey: Carta a César Farías

Foto Referencial

No sé cómo lo lograste, pero hiciste que se nos olvidara Richard Páez. Aunque, perdona, no sé por qué pero creo que sí sé cómo: olvidamos rápido y solemos poner todas las culpas en quien vaya quedando encargado del asunto. Nunca en quien estuvo antes. Nunca en quien ha estado siempre. Nunca en nosotros. Nuestra amnesia nos coloca por delante de cuanto deberíamos recordar. Olvidando, regateamos como nadie.

Así somos, así nos va. Ahora te vas y parece que todo sigue igual.

Pero, antes de olvidarte, quiero hablarte de la Federación. No de la Federación Venezolana de Fútbol. Ésa se queda ahí, intacta y resumiéndonos (con algo más de patrocinio y la misma firma desde 1986). Me refiero a la otra Federación. La histórica. La de aquellos que instauraron la primera bandera que tanto levantaste. La de Antonio Guzmán Blanco y Guillermo Tell Villegas.





Sí, es sorprendente que en nuestra historia patria haya un personaje llamado Guillermo Tell y lo hayamos olvidado. Quien lo relevó en la historia hizo su trabajo para que se nos olvidara. Y es que, si me permites el inciso, creo que Antonio Guzmán Blanco es, antes que un referente histórico en la lista de los presidentes, una de las maneras de ejercer el poder que más se nos repiten (y que más daño nos han hecho).

Desde que Guzmán Blanco se hizo con la victoria de la Revolución de Abril, mandó durante catorce años más los de ñapa a punta de los gobiernos títere. Y cuando la historia nos hizo creer que se había ido, la manera de conducirnos había cambiado demasiado y ya nadie recordaba a Guillermo Tell. Sin embargo, el país entero quedó con una manzana en la cabeza y una flecha apuntándonos eternamente. Sobre todo cuando las riendas cambian de mano. El asunto es que hasta su muerte en 1899, nada de lo que se lograra en la patria, desde Francisco Linares Alcántara en adelante, se salvaba de la frasecita “habría sido imposible sin Guzmán Blanco”. Y muchas veces la frase la echaba a rodar él mismo.

¿Por qué hablarte a ti, César, de Guzmán Blanco? Verás: durante todos los años que tuvo la sartén por el mango se dijo de él que era un autócrata, un personalista, alguien que quería robarle el protagonismo a cualquier otro prócer posible. Sin embargo, quienes defienden su papel en la historia alegan que nunca se progresó tanto como cuando él era el hombre a cargo, que fue quien organizó el desorden y que cimentó un nuevo sentimiento patrio. Incluso, que nos hizo más civilizados y nos ayudó a aprender a enfrentarnos al poder. Argumentos importantes, sí, pero que no desdicen que la megalomanía era su única manera, que le gustaba confrontar así quedara en ridículo y que hacía cualquier cosa para demostrar que quienes no lo alabaran merecían el reproche de la Nación entera.

Nunca admitió tener la culpa de nada y siempre esperó que fuese la Historia la que le reparara la reputación.

Desde antes de la Guerra de Troya, los soberbios se refugian en la espera de la posteridad.

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