Tres actuaciones recientes del gobierno le meten mucho ruido al “diálogo” sobre la inseguridad. El viejo disco rayado del Gigante puesto a sonar de nuevo por Maduro culpando a las telenovelas de la violencia en las calles, convirtiendo en seres despreciables a personajes respetables como Leonardo Padrón por andar incitando al delito con sus culebrones televisados. El anuncio de Diosdado de ir en una demanda contra el diario Tal Cual y el Dr. Carlos Genatios exigiendo le prueben “lo que dijo que dijo que no dijo” sobre “si no le gusta la inseguridad, váyanse”. Más la acusación lanzada por el ministro Rodríguez Torres contra los medios de comunicación señalándolos de “manejar el escándalo” en torno a la inseguridad porque supuestamente no serían 74 sino 39 los homicidios por cada 100 mil habitantes, como si una tasa de 39 homicidios, muy superior, entre otras, a la de México, Colombia y Brasil, fuera motivo de orgullo.
Son tres ejemplos de descaro, de cinismo, de hipocresía, de maledicencia, de doble moral en el diálogo que dicen fomentar sobre un tema en el cual deberían ser los primeros interesados en oír la realidad y proceder sin arrogancia. Solo falta Maduro diciendo “yo no dije que la muerte de Mónica Spear pudo haber sido un sicariato”. O negar que de varios impresentables del gobierno surgió la tesis de que la Miss fue casi la culpable de su vil asesinato por andar sin “escoltas” por las peligrosas carreteras de Venezuela y que se debía enviar a sus asesinos a Cuba para su “regeneración”.
El único propósito del gobierno con ese diálogo, pareciera, es echarle agua fría y compartir las culpas sobre la inseguridad, candente tema de su más absoluta responsabilidad. Sin ser muy ingenioso se puede concluir que hay muchas evidencias de que la inseguridad es una política deliberada de control social y político.