La angustia de recuperar a una hija en migración

La angustia de recuperar a una hija en migración

Foto Archivo
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Dora y Elías aún intentan digerir el mes y medio de angustia que significó recuperar a su hija de 13 años, huida de El Salvador, que pasó seis semanas en un centro de detención estadounidense.

“El primer problema es que cuando el niño llega a Estados Unidos, es complicado saber dónde está”, relata con voz serena Elías, un hombre robusto de unos 50 años, cuyo rostro delata la dureza de la vida.

“Uno trata de averiguarlo, de conocer cuál es su estado de salud, de saber cómo está, pero todas las preguntas se quedan en el aire”, señala en una entrevista con la AFP.





La niña, cuyo nombre no fue revelado por motivos de seguridad, es uno de los más de 57.000 menores centroamericanos que han llegado solos a Estados Unidos desde octubre, huyendo de la violencia y la pobreza de su país.

A principios de año, la joven fue coaccionada por una mara (pandilla) a vender drogas en la escuela de su pueblo. Asustada, confesó a una tía lo que le estaba ocurriendo, pero la banda criminal se enteró y le dio una paliza.

“Fue entonces cuando se empezó a pensar en cómo traerla. Corría peligro”, cuenta Elías.

La pareja, que regenta un pequeño negocio en Los Ángeles, deplora la corrupción y la inseguridad que azotan El Salvador. “No se puede denunciar nada, la misma policía tuvo miedo de tomar el caso”, asegura.

Determinados a protegerla, la familia decidió vender la única propiedad que tenía para reunir el dinero y pagar a una persona que “guiara” a la niña hasta la frontera entre Estados Unidos y México.

– Incertidumbre y desinformación –

Alrededor del 13 de junio, los agentes de la Guardia Fronteriza la detuvieron en McAllen, en el estado de Texas, epicentro de esta crisis humanitaria que ha desbordado a las autoridades estadounidenses.

“En ese centro de detención pasó ocho días sin bañarse y mucho frío, les daban una capita como plástico para envolverse y dormir”, explica Elías, compungido.

“De allí viene con muchos piojos, dice que aguantó mucha hambre”, agrega Dora, una mujer bajita, de unos 40 años, que aguanta las lágrimas al hablar. Dejó a sus cuatro hijos en El Salvador hace ocho años para ofrecerles un futuro mejor desde Estados Unidos.

Ante el hacinamiento que sufren las dependencias de McAllen, las autoridades la trasladaron a otro centro, “pero nunca supimos dónde estaba. Al final resultó que se la habían llevado a Arkansas (centro-sur), en lugar de traerla a California (oeste)”, apunta el hombre.

“Para sacarla de allí sólo debíamos presentar la documentación que demostrara que era su madre”, dice Dora, pero en medio del proceso se toparon con una trabajadora social que les intentó cobrar “un servicio médico”.

“Nos generó dudas, la confrontamos y acudimos a CHIRLA (Coalición para los Derechos de los Inmigrantes en Los Ángeles). Ellos empezaron a investigar y resultó que esta señora no aparecía registrada como trabajadora social. Posiblemente nos quería chantajear”, admite preocupado Elías.

El reencuentro se produjo el 23 de julio, pero hasta entonces “el proceso fue duro, lleno de incertidumbre y desinformación”.

“Las autoridades te dan un número de teléfono, dicen que puedes hablarles a la hora que quieras. Pero uno llama y no contestan”, explica la madre con frustración. “Se les deja mensajes y se molestan”. Tampoco el consulado salvadoreño les dio una mano, aseguró.

La pareja espera ahora la citación de un juez migratorio, pero confiesa afrontar “un nuevo problema” al no tener “la prueba” para demostrar lo que ocurrió en El Salvador y que las autoridades le concedan el estatus de refugiada, “la única forma para que se quede”.

El presidente Barack Obama ha advertido en múltiples ocasiones que los niños que hayan entrado al país de forma clandestina serán deportados.

Mientras, la niña salvadoreña irá a la escuela y comenzará una terapia con una psicóloga.

“Ha llegado traumada, de repente se bloquea y se pone rebelde con nosotros”, cuenta Elías.

“En cierto modo está contenta de estar aquí, pero se siente desadaptada, tal vez porque nos está tomando como una nueva familia. Estuvo ocho años separada, eso es toda su infancia”, reconoce el hombre, mientras mira a Dora con esperanza.