2017: El año en el que una robot obtuvo más derechos que las mujeres de su país

2017: El año en el que una robot obtuvo más derechos que las mujeres de su país

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En el último día de un año repleto de novedades tecnológicas, conviene reflexionar sobre algunos acontecimientos que pasaron casi inadvertidos, pero cuyas implicancias marcan nuestro devenir como humanidad.





Por Muriel Balbi / Infobae

Uno de ellos fue noticia hace un par de meses: una robot, fabricada por la compañía Hanson Robotics de Hong Kong, fue nombrada como la primera ciudadana no-humana de la historia. Su nombre es Sophia, una humanoide que se ve, actúa y aprende como un humano.

 

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“Me siento muy honrada y orgullosa de esta distinción única (…) es histórico ser el primer robot en el mundo en ser reconocido con una ciudadanía”, dijo Sophia durante la conferencia internacional de tecnología y futuros negocios “Future Investment Initiative”, que se realizó en Arabia Saudita, el país que le otorgó este beneficio, con una celeridad que le niega a los humanos.

Es que el Reino Saudí busca diversificar la matriz de su economía -basada en el petróleo- y comenzar a transitar el camino de la innovación en tecnología. Con bombos y platillos, armó su presentación al mundo en este evento internacional del que fue anfitrión y en el que también anunció la construcción de NEOM, una nueva ciudad con robótica y energías renovables en la que invertirá 500 mil millones de dólares. Parte de las políticas diseñadas por el príncipe heredero del país, Mohámed bin Salmán, de cara a 2030.

Si había que pensar en los negocios que vienen, nada más atinado que llevar allí a Sophia. La robótica es una de las industrias que pisará más fuerte de cara al futuro. Varios países (como Japón, China, Israel, EE.UU, Alemania, Francia y Corea), grandes empresas (como Google, Honda o Toyota) y los capitales de riesgos están invirtiendo cantidades siderales en esta tecnología. Según Alec Ross, uno de los mayores expertos en innovación de EEUU, el mercado de la robótica para el consumidor llega a unos 390 mil millones de dólares y habrá otros 40 mil millones para la robótica industrial hacia 2020. “En unos años, la robótica tendrá una dimensión y peso equivalentes a los que tiene la Internet hoy”, sostiene.

 

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Pero de ahí a entregar la ciudadanía de un país a una máquina con inteligencia artificial, hay una distancia enorme.

Como mínimo saltan a las luz varias dudas que nos hacen repensar el concepto mismo de lo que significa ser un ciudadano. Lo primero que se requiere para ser reconocido como tal es una identidad, sostenida en atributos tan humanos como las huellas digitales o los lazos familiares que hacen a cada individuo único y que le permite ser plenamente consciente de quién es y a qué grupo pertenece. Pero ¿cómo entender entonces la identidad de una máquina?

Además, ser ciudadanos de un país contempla una serie de derechos. ¿Podría Sophia casarse, votar, postularse como candidato al servicio público? O incluso ¿podría tener hijos con derecho a una ciudadanía en caso de que decida reproducirse, como hacen ya algunos robots por sí mismos, gracias a la impresión 3D?

¿Y qué hay de los deberes que debe cumplir todo ciudadano? ¿Debe tributar Sophia en Arabia Saudita, o solo pasó por allí para levantar fondos para sus “padres” en Hong Kong , como pidió públicamente en su presentación?

O no se pensaron estos aspectos o se tomó la decisión a la ligera y en clave publicitaria, lo que significa entonces banalizar el concepto de ciudadanía, la base misma de nuestras sociedades humanas.

 

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La tecnología avanza tan rápido que a veces parecemos niños consentidos con acceso a todo. Y allí vamos, quemando etapas en un universo que todavía no manejamos con la madurez necesaria.

La situación no pasó inadvertida para el especialista en Inteligencia Artificial, Hussein Abbass, profesor de la Escuela de Ingeniería e Informática de UNSW-Canberra. En un escrito para el Foro Económico Mundial Abbas advierte: “Me sorprendió escuchar que un robot llamado Sophia recibió la ciudadanía del Reino de Arabia Saudita. Uno de los conceptos más honorables para un ser humano, ser un ciudadano y todo lo que trae consigo, ha sido dado a una máquina. Como profesor que trabaja a diario para hacer que la IA (Inteligencia artificial) y los sistemas autónomos sean más confiables, no creo que la sociedad humana esté preparada todavía para robots ciudadanos”, sostuvo en su artículo.

“Otorgar ciudadanía robótica es una declaración de confianza en una tecnología que creo que aún no es confiable. Trae inquietudes sociales y éticas que nosotros, los humanos, aún no estamos listos para manejar”.

Como si el cuadro no fuera lo suficientemente complejo, esto ocurrió en un país que busca mostrarse moderno hacia afuera pero que puertas adentro aloja al pasado más recalcitrante.

Así es como una robot pasó a tener más derechos que las mujeres de su país. Sophia puede presidir una conferencia, mostrar su rostro, usar ropa ajustada, responder preguntas, tomar decisiones por sí misma y coquetear con la audiencia. Su sistema de Inteligencia Artificial ha sido muy estimulado para mejorar día a día sus capacidades y conocimientos.

 

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Por el contrario, las humanas deben ir tapadas con velo y abaya; recurrir a su guardián al salir o tomar cualquier decisión. Además se las aleja del mundo de la formación y del trabajo; y se las mantiene al margen de las grandes oportunidades, como por ejemplo, la de poder construir un robot como Sophia.

Incluso como inmigrante –ya que viene de Hong Kong– Sophia es una privilegiada. Arabia Saudita es receptor de una gran cantidad de inmigrantes desesperados que llegan a ese país como mano de obra barata y a quienes les resulta muy difícil pasar a la legalidad como ciudadanos saudíes. “Este robot obtuvo la ciudadanía saudí antes de los kafala (trabajadores con un visado especial) que han vivido en el país toda su vida”, fueron algunas de las quejas que circularon en redes sociales.

Además, Arabia Saudita es también uno de los mayores mercados para la venta de seres humanos con fines de esclavitud, ya sea para explotación laboral, casamientos forzados o prostitución. Las más vulnerables son las niñas, en su mayoría compradas al vecino Yemen, donde tiene lugar uno de los conflictos más sangrientos después de la Segunda Guerra Mundial y la mayor crisis humanitaria del momento.

Traducido en número de vidas humanas, 92.100 sometidos a esclavitud, según el último índice global esclavitud. Una realidad a la que el Reino saudí, en su busca de “modernidad”, sin embargo da la espalda.

 

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Es interesante saber que la actitud hacia los robots tiene un componente cultural muy fuerte. Como cuenta Alec Ross en su libro Las industrias del futuro: “La cultura occidental y la oriental son muy distintas en cómo ven a los robots. Japón no sólo necesita de los robots para hacer funcionar su economía y es el dueño de know how de la industria, sino que tiene una predisposición cultural a integrarlos. La antigua religión Shinto, practicada por el 80% de los japoneses, incluye la creencia en el animismo, que sostiene que los objetos tienen un espíritu, como los seres humanos”. Como resultado, los japoneses son más propensos a darle a la bienvenida a los robots a sus vidas y a su sociedad que los occidentales que los vemos como objetos sin alma, de los que además desconfiamos y tememos.

En tanto, en Medio Oriente, Ross cita un estudio reciente que indica que “la gente se muestra abierta a robots que cuiden y limpien la casa, pero no a robots que desarrollen tareas más intimidantes y de mayor influencia”. ¿Tal vez por eso aceptaron a un robot femenino, que responde más al rol al que se confina a mujeres y niñas?

 

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El avance de la tecnología -así como lo llevamos- está repleto de contradicciones de la que Sophia es solo un ejemplo más.

Basta mirar alrededor, los celulares para comunicarnos que, a veces incomunican, aíslan y alejan. La Inteligencia Artificial que tanto ayuda, al tiempo que amenaza. La tecnología CRISPR de edición de genes que promete curas extraordinarias o mutaciones tenebrosas; el glamour del último teléfono celular de moda a costa de los niños explotados en el minas del Congo para producir sus baterías; la generación de más tiempo libre vs la destrucción de puestos de trabajo.

Es que la tecnología no es más que una herramienta. Como un martillo, con él se puede construir una casa o matar a una persona. Depende de nosotros: cómo la usamos, hacia dónde avanzamos, a costa de qué, y qué precio estamos dispuestos a pagar.

Todas las revoluciones tecnológicas de la humanidad han arrojado ganadores y perdedores durante su proceso. Pero esta va más rápido y cala más hondo.

Es necesario generar el marco que nos proteja, incluso de nosotros mismos. Apretar el freno y pensar que todos estos desarrollos, surgidos de la inteligencia humana, deben venir a ayudar a las personas, a mejorar sus vidas, nunca a estar por encima de ellas. Es moral y éticamente es inaceptable que una máquina esté por encima de un ser humano, por más inofensiva que una declamación de ciudadanía parezca.