William Anseume: Desastre laboral

William Anseume: Desastre laboral

Más que ridícula suena la recordación de aquello de presidente obrero. El arrase con el valor del trabajo, de la moneda, de la producción, se hace cada día más evidente. Y esto con todas sus muy variadas implicaciones sociales. Sobrevivir políticamente destrozando el trabajo le ha resultado relativamente fácil al régimen de Nicolás Maduro. Pero, sin duda, tiene sus costos.

Pensar en un salario mínimo de pobreza extrema como el nuestro, de unos trece dólares mensuales, al que están ancladas las pensiones y la escala general de sueldos y salarios, sin ninguna protección social real, más allá de las bolsas de comida vinculadas más al control que a la sobrevivencia, es matar a la ciudadanía de hambre y de abandono en salud. Si esto no incrementa la huida en estampida de los venezolanos por el mundo no sé qué más lo haría. Nos sostendremos el próximo año como el país de mayor número de desplazados del planeta. Pero esto tampoco termina de causar una verdadera conmoción regional. Todo parece adaptable.

El hambre, la desnutrición, el desplazamiento de personas, el descuido permanente de la salud ha sido usado inescrupulosamente, como acostumbra el régimen macabro, del terror, para “negociar” mejores condiciones en el plano internacional. También la necesidad en el orbe de petróleo y gas. Pero esto de venderse como víctima de sanciones y bloqueo aparentemente le ha servido en discurso y en acción. Pensemos que Venezuela no paga su afiliación a la ONU y descaradamente insiste en que la dejen votar, a pesar de ser el régimen maula como es. Igual pasa con la posibilidad de conseguir las vacunas necesarias para la población. En una situación de pida, mendigue, que no sabe si están por darle. Esa idea de pedigüeños no calza bien con el oro y otros metales del Arco Minero, por ejemplo.





Pero si calza bien con la idea de país presto para la delincuencia y la violencia amenazante, de incremento de suicidios. Porque no se trata solo de la presencia incondicional de grupos guerrilleros colombianos que dominan amplias zonas de nuestro país. Mientras se les ofrece espacios de poder para diálogos con el gobierno colombiano. Es la propiciación permanente de la delincuencia. Porque arrimar a la población a la carencia significada en bolívares de un pago miserable, de esclavitud moderna, de Holomodor tropical, significa llevarla al robo, a la delincuencia. Más cuando esta, como violencia que es, se respaldada en una despiadada arremetida contra la educación. Grupos al margen de una ley también inexistente en su aplicación florecen en cárceles, en barriadas, y se exportan, como el Tren de Aragua, y otros trenes, como los del Llano.

Toda esta situación hace de Venezuela un país forajido. Al margen de acuerdos internacionales, como los Derechos Humanos, laborales, de salud, de educación, la Constitución y las leyes. Porque la falta de escrúpulos, esa mentalidad delincuencial de quienes dirigen desgraciadamente el Estado desbaratado a propósito, nos lleva a esta medicidad interna y trasladada en discursos y acciones también al exterior. Y no me vengan a decir que los derechos laborales están circunscritos a las posibilidades económicas del propio Estado. Porque eso es verdad y se usa manipuladoramente para engañar. Nadie dentro ni fuera del país se los cree. Porque también somos el cuarto país del mundo en corrupción. Recursos ha habido y hay. La cosa es que deliberadamente se ha acabado con el valor del trabajo. Se ha humillado al trabajador, a la familia, a la honradez, para propiciar una delincuencia desde el poder mismo estimulada en la ciudadanía. Para gente así obviamente ni trabajo ni educación valen nada. Irles a reclamar carece de sentido. Hay que atacarlo por flancos internos y externos. Descubrirlos más y más en su descarado accionar que esperemos termine develándose con su tiempo en la Corte Penal Internacional.